El diputado nacional santacruceño elegido en la Provincia de Buenos Aires, Máximo Kirchner, habló en una entrevista periodística, defendió el nuevo método de conteo en el territorio bonaerense en el que aparecieron 3500 nuevos muertos por COVID y recordó que cuando su padre asumió la presidencia en 2003 habían vuelto ciento de científicos por la confianza que generó aquel proceso político.
Pero la importancia de la palabra de Máximo Kirchner no está dada por lo que dijo sino porque es él el protagonista más importante del Frente de Todos no solo en el parlamento, donde preside el bloque, sino en el gobierno, donde actúa de veto que autoriza o desautoriza cualquier tipo de proyecto económico, comercial o político.
Son cientos de dirigentes en el conurbano que creen en el hijo de los dos presidentes y pretenden que su voz sea cada vez más escuchada y analizada. Por ahora, nadie se atreve a proyectar cuántas veces más se expondrá. Pero cuando lo hace sacude a una importante porción de seguidores que no tienen referencias fijas más allá de la vicepresidenta de la Nación.
Son los mismos que defienden públicamente al gobernador Axel Kicilof pero que en privado solo tienen dudas. No tanto por su capacidad de trabajo y su conocimiento general de los temas, sino por la escasa empatía que transmite y la nula convocatoria con ellos.
La presencia de Máximo Kirchner les asegura a sus seguidores, además, la expectativa de participar como protagonistas en las listas futuras de candidatos. Ese momento, que estará lleno de tensión y conflictos con los otros referentes del frentetodismo, tiene a La Cámpora como la organización mejor estructurada.
Todos son parte de algún resorte del estado provincial o nacional y en las localidades son los que “más fierros tienen”, como definen los políticos a la capacidad de entregar ayuda directa a sus vecinos.
Los intendentes, dueños de los votos en sus localidades, reconocidos por muchos factores, entre ellos también por la gestión, parecen paralizados ante esta situación, que vienen padeciendo desde hace años pero que, ante la incógnita de su propia reelección futura, se acrecienta.
No quieren enfrentarlos, pero tampoco dejarlos transitar como si nada. Creen que el combate puede llevarlos a una victoria pírrica que le signifique una venganza futura. Son los mismos que se esperanzaron y desilusionaron con el albertismo, esa corriente manejada desde el Presidente Alberto Fernández y que, con el apoyo de Sergio Massa, volverían a poner las cosas en su lugar. El de la lógica que el que tiene los votos tiene el poder. No pasó.
Todavía no ven que puede haber margen para la historia del Rey que está desnudo. Sus votos no tienen relación con su poder.
A diferencia de su madre, sin embargo, Máximo dialoga mucho con ellos. Los considera, los aconseja, pero siempre dentro de su zona de confort, de la que no sale ni piensa salir. Son los otros los que deben ingresar.
Esa condición hace que muchas cuestiones de la política no se traten o que se den por entendidas. Ese criterio se rompe sólo cuando el interlocutor de ocasión le hace una pregunta puntual, quizás obvia, pero incómoda porque no fue propuesta por quien tiene el poder mayor.
Para peor, la historia reciente parece no darle soporte a los intendentes más poderosos o con mayor exposición pública cada vez que se intentó torcer definitivamente al kirchnerismo en sus propios territorios. Es que sus aprontes terminaron ante las primeras reacciones que se generaron en el Instituto Patria, como sucedió con el Grupo Esmeralda que intentó conducir Martín Insaurralde.
Diferente, pero con final parecido fue el éxodo paulatino sufrido por el Frente Renovador de Sergio Massa ya sea para convertirse en parte de Cambiemos o del lavagnismo, quedarse como un vecinalismo amigo o volver, abatido, a “la casita de los viejos”.
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