Mientras estaban en el poder, los máximos referentes de Juntos por el Cambio tenían inconvenientes. Personales y políticas. La referencia de Marcos Peña era la centralidad de las críticas para no llegaran directamente a Mauricio Macri, pero ya todos saben que no era él. Sino su jefe.
Los radicales, que desde el inicio reclamaban apertura, más sensibilidad con las tarifas, mejor diálogo con los opositores que estaban en condiciones de hacerlo, nunca lograron su objetivo. Pero fue Macri el que terminó haciendo explotar todos esos caminos.
Tan equivocado estaba, aunque no lo reconoció, que terminó con Miguel Angel Pichetto, uno de los peronistas federales que siempre pedían dialogar, como compañero de fórmula. Pero, en el camino, generó tanta bronca en los que seguían trabajando para él que uno, Emilio Monzó, se animó a pedirle, a través de Sergio Massa, un libro autografiado de Sinceramente a CFK.
El otro, que siempre estuvo bajo fuego cruzado, Rogelio Frigerio, era castigado en la cercanía de Peña no sólo porque medía mejor que el jefe de gabinete. Sino porque hablaba mucho con los gobernadores peronistas.
Los intendentes de la Provincia de Buenos Aires, los que más peligros políticos enfrentaban en el Conurbano bonaerense, sufrían un destrato increíble. Pero no sólo del gobierno nacional. En la Provincia, María Eugenia Vidal, tampoco ayudó demasiado.
Si al actual gobernador se le computa como una de sus mayores falencias la falta de empatía y relación con sus jefes comunales, a su antecesora también le cabe el mismo sayo. No sólo por no tener a uno de ellos dentro de su equipo sino porque las relaciones eran tercerizadas a través de personas de su confianza pero que no representaban votos. Y los gobiernos son porque tienen o no votos.
Los radicales, por supuesto, ni siquiera tenían ministerios y su principal aliado, el vicegobernador Daniel Salvador, quedó como un equilibrista que siempre le daba la razón a la gobernadora en desmedro de los pedidos de sus correligionarios.
Para otra nota quedará la cantidad de cargos conseguidos por esa forma de relacionarse con el PRO y las críticas que se le harán por haber colocado a su hijo como candidato cuando había otros dirigentes que podían expresar mayor apertura.
Sin embargo, cada vez que miraba alrededor, no encontraba demasiado. Mientras que Ricardo Alfonsín, su antiguo aliado provincial, ya había armado las valijas hacia el neo kirchnerismo, otros intendentes ya habían colmado su paciencia con sus aliados y directamente no querían hablar nada más.
Ahora, en la orfandad que representa haber perdido dos de los tres lugares más importantes del poder, la Nación y la Provincia, algo que sólo hizo el kirchnerismo en 2015, todas las miradas están en el único sobreviviente: Horacio Rodríguez Larreta, en la Ciudad de Buenos Aires.
El jefe de gobierno porteño hace equilibrios. Y los que no están en el poder cotidiano quizás pierdan de vista que antes de la cuarentena el gobierno nacional ya había dispuesto quitarle la mitad de la coparticipación que actualmente recibe.
Muchos quieren que sea el mayor opositor. Lo mismo le exigen a los otros intendentes, que deben lidiar con un oficialismo provincial inexperto y atravesado por internas.
Lo que no se puede creer es que, antes de lo que fue la masiva movilización del 17A, el ministro estrella de la Ciudad, Fernán Quiróz, alertó al “subgrupo” social que se iba a movilizar. O el propio Gustavo Posse, que pretende recuperar el radicalismo para sí y su grupo político, que en medio de una charla con Luis Novaresio se autodefinió como “radical, pero no soy gorila”.
Los radicales, algunos orgullosamente gorilas, vieron como de golpe le salieron más pelos.
Estos tienen previstos para octubre una interna. Pero muchos de los que dicen que van a participar dependen de su relación personal con Rodríguez Larreta. A este le conviene, y juega, para que la mayoría de los referentes del centenario partido sigan en Juntos por el Cambio.
Ese sector, en la Provincia, se identifica con Maximiliano Abad, aliado histórico de Vidal. Abad también tiene buena relación con uno de los padrinos de Posse, el dirigente porteño, Enrique Coti Nosiglia. Cuando todavía no sabemos cómo saldremos de la cuarentena, si se sale, los radicales siguen con su optimismo brutal para pelearse entre sí.
¿Cómo se definirá el futuro opositor?… Nadie sabe. Si hasta se puede agregar, desde el helicóptero de su casi inmaculada trayectoria científica, al reconocido neurocirujano Facundo Manes. Radical, participó de un multitudinario zoom con las actuales autoridades bonaerenses.
También hay que integrar a la lista de candidatos hipotéticos Graciela Ocaña, Miguel Angel Pichetto, que dice traer peronistas que pocos votos tienen detrás, la dupla Frigerio – Monzó, y a los jóvenes con escaso poder territorial que siempre impulsa el vidalismo. También esperan ser tratados como principales aliados los peronistas que gobiernan en dos localidades fundamentales en distintas zonas: San Miguel, con Joaquín De la Torre y San Nicolás, con Ismael Passaglia.
El presidente de PRO bonaerense, Jorge Macri, articula con sus pares Diego Valenzuela, Guillermo Montenegro y Néstor Grindetti, entre otros, para decodificar los siempre complicados estilos de Axel Kicilof y Alberto Fernández.
En tanto, están las mujeres más preponderantes del espacio: Patricia Bullrich y la Coalición Cívica con Elisa Carrió.
La pelea por las listas necesitará, además de una interna, un teatro para que cada uno desarrollen sus veleidades.
Sin embargo, tienen una ventaja. Pueden ya preparar el terreno para evitar que Macri se vuelva a presentar, y el obstáculo mayor para su potencia electoral vuelva a crecer. El espejo del frente que les ganó es muy claro al respecto.
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