Los últimos movimientos del intendente Ariel Sujarchuk reflejan el sinuoso camino que se autoimpusieron los intendentes del peronismo en su relación con sus propios compañeros y con los referentes más importantes del gobierno de Cambiemos.
En las últimas semanas, Sujarchuk participó de encuentros privados y semi públicos con importantes funcionarios del gobierno provincial llegando incluso a participar, no fue el único peronista de paladar negro, en el casamiento del subsecretario de Asuntos Municipales de María Eugenia Vidal, Alex Cambell.
Sin embargo, a la semana siguiente, se mostró sonriente con quien todos presumen será quien definirá parte de la estrategia política de Cristina Fernández de Kirchner: su hijo Máximo. Fue con motivo del masivo acto opositor convocado por el camionero Hugo Moyano.
Este zigzag también es utilizado por otros miembros del peronismo provincial, que prefieren guardar un prudente silencio en las reuniones plenarias pero que luego, en el confesionario de sus despachos, empiezan a destilar feroces críticas al proceso que vive el principal partido opositor.
Es que algunos sostienen que no es conveniente convertirse en opositor fatales ante la posibilidad, hipotética, de un nuevo triunfo de Cambiemos en 2019. En ese escenario, todas las hipótesis quedan reducidas a ver de qué manera subsisten en los municipios que gobierna el peronismo y, para eso, necesitarán del acompañamiento, aunque sea mínimo, de las obras financiadas, previa firma de convenios, con Vidal o Mauricio Macri.
Así el esquema peronista de intendentes se puede configurar en muy dialoguistas, poco dialoguistas o directamente opositores. Entre los primeros se pueden anotar a la mayoría, pero del Conurbano el gobierno provincial mira con más confianza a Gabriel Katopodis, de San Martín, Martín Insaurralde, de Lomas de Zamora, y Mariano Cascallares, de Almirante Brown. Sujarchuk, Walter Festa, de Moreno, Fernando Gray de Esteban Echeverría, Gustavo Menéndez, de Merlo y Leonardo Nardini, de Malvinas Argentinas, están en una nube que oscila entre el primer y segundo grupo.
De todos modos, nadie cree que ninguno de ellos se pase de bando. “Más allá de los aprestos y amagues que hagan, como ocurrió el año pasado, todos harán lo que decida Crisitina”, sentenció, lacónico, un vocero de estrecha confianza de la gobernadora.
Hace una semana, en San Martín, hubo una nueva reunión del PJ provincial, en donde hubo varios discursos pero muchos se fueron resignados. Para las próximas semanas tienen previsto realizar un congreso en Mar del Plata donde, de no mediar nada extraño, se reeditará la disputa entre La Matanza, conducida por el tándem Verónica Maggario – Fernando Espinoza contra lo que pudo juntar Menéndez que, a creencia de uno de sus aliados, “no se si alcanza para torcer el brazo al kirchnerismo”.
El oficialismo de Cambiemos, por su parte, observa cómo surgen las dudas en su propia tropa. Un caso testigo es Escobar, adonde todos se esfuerzan por parar, pero no la pueden disimular, la interna que se avecina entre los Castagnaro y los Costa.
En lo más alto del poder provincial empiezan a analizar todo tipo de hipótesis. Y parece perfilarse la idea de más frescura contra lo políticamente establecido. Esta situación puede verse también con claridad en otros distritos, como San Martín, Lomás de Zamora donde los apellidos “conocidos” empiezan a ser jaqueados por lo “fresco”. Mientras tanto, los radicales se aprestan a negociar y se reúnen. Avisados todos por el gobernador mendocino Alfredo Cornejo, desde el centenario partido sostienen que no permitirán la llegada de “paracaidistas” para ocupar cargos que ellos creen que pueden ejercer.
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