El ejemplo de Santa Cruz debe servir como un libro de autoayuda para el actual presidente. Mucho más que la experiencia frustrada de Cámpora al gobierno, Perón al poder.
Sergio Acevedo, Carlos Sancho y Daniel Peralta fueron los tres gobernadores que tuvieron que administrar el poder mientras que los Kirchner estaban fuera de la provincia conduciendo la Nación.
Los tres pueden dar testimonio directo de los padecimientos, la conflictividad permanente y los inconvenientes que tuvieron a la hora de querer ejercer el poder con cierta autonomía. O adoptando una independencia parcial, según fueran los temas.
Acevedo era un docente decente que encajaba perfecto en el esquema de Néstor Kirchner por sus formas y sus pensamientos. Casi era uno de sus hombres de mayor confianza. Terminó dando clases en Pico truncado.
Carlos Sancho era el operador inmobiliario de la familia. Su socio. Terminó fuera de todo ámbito político y social luego de su tortuoso paso por la función de gobernador.
Daniel Peralta, importante dirigente gremial, con peso propio, hoy es una parte decorativa de la política santacruceña.
Los tres fueron instigados, obligados y amenazados. Tuvieron que aceptar no sólo a Lázaro Baez o Julio De Vido para su cotidianeidad. Los legisladores del “Frente para la Victoria” o “Compromiso K” les hacían ver, como lo hacen hoy los voceros formales e informales del
Instituto Patria con AF, los “errores” que cometían apenas pretendían adoptar una medida inconsulta de la Casa Rosada.
Cuando la ex presidente Cristina Fernández designó de manera autónoma a Alberto Fernández como su candidato presidencial inmediatamente se articuló un sistema político y mediático en
el cual se trataba de dejar en claro que “A Cristina sólo le preocupa la salud de su hija Florencia y cuidar a sus nietos”, exageraron.
También el candidato dejó de ser Alberto Fernández, el ex jefe de gabinete que vigilaba a los medios y sus contenidos para transformarse, simplemente, en Alberto. Alberto el bueno,
Cristina la abuela, sería el resumen.
Esto no sucedió. Inmediatamente después de llegar al poder quedó en claro que ni ella le iba a dedicar mucho tiempo a sus nietos y apenas volvió de Cuba con su hija recuperada de un desconocido cuadro clínico inició un proceso para liberarse de todas las causas en las que
estaba comprometida.
Fernández, el presidente, empezó a ser uno distinto según los días, tal cual precisó de manera brillante Alejandro Borestein. El articulista estrella de Clarín dejaba en claro que había un día para que el jefe de Estado fuera altruista y otro para que se asociara con los más impresentables dirigentes políticos nativos o extranjeros.
Esta semana volvió a dar una muestra de su desapego por una postura determinada. Hace diez días, ante el Grupo Puebla, dijo extrañar a ex presidentes como Hugo Chávez. Ayer, en cambio, apoyó por primera vez el informe de Michelle Ballelet sobre las supresiones a los derechos humanos y las muertes provocadas por su proceso bolivariano. Le duró poco. Se desdijo de lo que expresó ayer.
Eso no lo ayuda. Su vice tiene en claro lo que tiene que hacer. El parece que no. El fuego amigo al cual es sometido Fernández y buena parte de su gabinete, empezando por su jefe de gabinete, Santiago Cafiero, es una clara muestra de eso.
Impactos: 25